-Y cerca de esa estrella hay un planeta donde la gente normal convive con dragones y unicornios.-Dijo la muchacha tras erguirse y señalar una estrella en singular que por supuesto él no había logrado ubicar.- Y hay ríos de cosas deliciosas y no solo de agua....Buaj... No me mires así, el agua no me gusta...y a ti tampoco que sólo bebes cerveza.¡Borracho!- Suena a diversión su voz,parece que va a seguir hablando de eso pero pronto vuelve a su historia sobre la estrella lejana.- Y la magia es cosa normal, no como aquí que solo se da de vez en cuando-Tan inocente ella- Y hay gente maravillosa por todos lados, de hecho, no existe ni un ápice de maldad ahí en ese mundo.

-Vaya... increíble. Es un lugar perfecto¿Te gustaría vivir allí?-Preguntó por preguntar.Él, aún andaba imaginándose todas las cosas que decía la niña y todos los posibles de ese mundo- Porque está chulo eh.

-¿Vivir allí?-Pone una cara de esfuerzo ahora, como si fuera la primera vez que se replanteara algo de esa índole- Pues.... ¡No! Claro que no, allí no estás tu, además...demasiado perfecto, seguro que allí no hay nada divertido.

- Tu sabrás, tu lo has inventado.

-¿Cómo dices?-Pone una mueca de enfado-¡Yo no me invento nada! Solo te digo lo que hay en ese lugar, porque existe de verdad.

-Es cierto, es cierto...un lapsus mio. Sigue contándome...otra estrella, por favor.-Suplica él, soñador.- Por favor...

-¿Otra? Una por noche y no más, santo Tomas.-Canta en voz baja, abrazandose al cuello del chico.

Y es que así era,  noche tras noche, semana tras semana, a cierta hora; cada día una diferente pero siempre cuando ya el cielo estaba bajo la capa gruesa de la noche ellos se reunían ahí y hablaban. Al principio de cualquier cosa, de la vida de uno o del otro. Pero él un día descubrió cierto talento de ella y la tradición cambió. Ella empezó a contar cada día una historia diferente, de magia, de lugares lejanos e imposibles. Cada noche una estrella distinta los llevaba a un lugar que nada tenía que ver con el de la noche anterior, y cada noche ella hablaba horas y horas, y él escuchaba horas y horas todas las historias que ella contaba esperando escuchar algún día las que dejaba por contar. Y es que la imaginación de ella no se acababa, siempre había algo nuevo que contar, un mundo nuevo que abría sus puertas ante la llave maestra de la fantasía de la niña. Una mente inocente que creía en cada palabra que era pronunciada.

Y no importaba nada más.

Él a veces, llegaba ensangrentado, con cicatrices nuevas, con olor a mujer, con cara de agobio y el paso cansado, pero su mirada siempre era la misma, esa pura fuerza de voluntad, que se dirigía pasara lo que pasara al encuentro con ella. Y la niña sabía que llegaría, porque nada en el mundo podría con él, porque ella lo veía como un ser super poderoso que contra todo podía, y se lo había dicho a él. Ella se creía cada palabra que era pronunciada.

-Está bien, dejaremos la próxima estrella para mañana.-Acepta el al final, como todos los días.

-Bueno...a cambio de la brillante historia de hoy por mi parte¡Hoy duermo contigo!-Alza las cejas al comentar eso, pero no sabe porque. Lo ha visto hacer a alguien antes y le pareció gracioso.

-¿Tengo otra opción?-Dice él sonriendo, para soltar finalmente una carcajada, siempre reía exageradamente a cualquier cosa minimamente graciosa.

-No, no la tienes.-Replica ella sin dejar que se diera otra opción.

-Ya lo sabía. Vámonos anda.

Y ambos se fueron, hasta el día siguiente, y el que venga a continuación de ese, porque el mundo no va a lograr cambiar a ninguno de ellos, nunca.

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