Hace mucho mucho tiempo, vivió el
árbol más grande que jamás se ha visto, un prodigioso ser de la
naturaleza que sustentaba con sus frutos a todos los animales de
alrededor. Y era tal cosa, que los frutos de ese árbol, eran
enormer, jugosos y sobre todo, abundantes. En tanta medida de
abundancia, que nunca jamás un animal tenía que robar a otro
comida. Como no, los animales por ello eran felices.
En concreto, había una pequeña milana
negra, que era de los seres más afortunados de los alrededores,
puesto que era de las pocos aves que conseguían llegar tan tan alto
como para poder comer los frutos directamente del árbol, de donde
sabían mejor. Ya que como es natural, la caida, a tan alta
distancia, la fruta se espachurraba, asi que era preferible no
comerla así.
Pero el pájaro, como otros, no era de
corazón avaricioso y cada día, si podía, bajaba uno de los frutos
en su pico, para que otros pudieran comer también de la fruta
fresca. Todos realmente agradecian este hecho y ayudaban a las
milanas en cuanto podían.
El caso, es que otro animal, una
urraca, era incapaz de llegar, por si misma, a las alturas de ese
árbol, porque sus alas no estaban tan acostumbradas a tanto vuelo, y
el entrenamiento era bastante doloroso. Así que, esta era la causa
del tormento del animal en esa villa de seres felices. La urraca,
había podido alguna vez comer las frutas que las milanas traían,
porque estas así se lo habían cedido, sin saber, que al alimentarle
con la fruta deseada, alimentaban también una envidia poco sana. Y
las milanas, inocentes, daban sus frutos con más frecuencia, a los
animales que les era imposible alcanzar las frutas por si mismos(Con
especial atención a los pobres topos, que nisiquiera ven los
pobres). Así, el tiempo dió a aquel vergel felicidad, felicidad a
cambio de trabajo duro, pero felicidad. Y también envidia.
Un día, tiempo después. La urraca,
envenenada por la envidia, acusó a la milana de ser egoista y
altiva, puesto que, según decía, repartía la comida solo par ver
como los demás dependían de ella. La milana, triste por tal
pensamiento, dejó incluso de volar, de traer frutas.
Todos, muy deprimidos, animaron a la
milana con todo su empeño (Incluso el topo, él con más ainco
incluso) y la milana un día, volvió a volar. Voló, sin rencor.
Libre.
Porque nadie dice que el lugar de la
milana sea la copa del árbol, junto con los manjares. Ni el que la
urraca tenga que conformarse con las sobras de las frutas, roidas por
la tierra y otros animales. Tan bueno y rico es este árbol, que solo
uno mismo se coloca en él.
La milana vuela, porque es su deseo el
fruto que ahí arriba y compartirlo. Y solo en realidad la urraca,
tiene como motivación la altividez de que dependan de ella.
¿Pero sabeis? Pese a todo. Cada día,
la milana vuela, vuela tan alto, que nadie más puede ver lo que ella
ve, y la urraca, mira envidiosa como vuela, y por muy venenosa que
esta sea. Su envidia, jamás podrá llegar tan alto como las alas de
la milana.