Tiempo.



En frente de la portilla de la casa vacía. Un lugar tranquilo, virgen, con infinitas y más posibilidades.
Solo un reloj. Delante de mi.
Se pone en marcha. Se da la vuelta, su arena me acaricia, se me cae de entre las manos, aunque yo intento juntarlas.
Me quedo quieto. No puedo no hacerlo. Me siento en medio de algo tan grande, de algo tan importante. Me quedo quieto, reteniendo incluso mi aliento. Y el tiempo se me escapa.
Grito. Yo soy mi tiempo. Y no quiero desaprovecharlo. No quiero gastarlo en vano. El tiempo solo es útil en el mismo instante. Un segundo antes, ya ha pasado, un segundo después, aún no ha existido.
Trago saliva. Noto la suavidad de cada grano, quiero apreciarla en su máxima expresión.

Pienso en que hacer con la arena que aún "está en el tintero". Si pienso demasiado, se me irá en nada, si no pienso lo suficiente, se habrá ido en vano.

Porque mi tiempo pasado, pasado está, no es ninguna inversión. Porque el tiempo no es ninguna inversión. Al menos para mi, desde mi punto de vista ateo. Otros, que ven el mundo con los ojos de la fe, ven su tiempo pasado como una llave al mundo de los cielos, a un lugar donde tu arena es tuya, donde no se escapa de entre tus dedos.

Mi lógica me impide creer. No puedo evitarlo. Y a causa de ello, sufro el tan terrible miedo a la muerte. Aún soy joven para pensar en eso, pero quizá justamente como soy joven me asusta más. Quizá si para mi todo esto fuera obra de un dios, incluso mis palabras, todo sería más fácil.

No puedo competir contra la promesa de un paraíso eterno, y tampoco lo pretendo. Las alegrías, los consuelos que puede darme a mi mismo, han de provenir de este mundo. Lo único que hay.

Se ha observado que los átomos tienen la misma forma que las galaxias, y que tienen ciertos patrones similares. Eso da que pensar, que, entre otras cosas, este universo es suficiente.

Pero en cierto momento, a la hora de tener este pensamiento, siento que me he alejado de la razón, sin llegar a caer , por suerte en un sin sentido. Simplemente llegando a pedir un deseo a la nada, con una esperanza que quizá, y posiblemente jamás será cumplida. Pero un deseo, es un deseo. Es poco más que un sueño.

En un sueño uno vive sensaciones que jamás tienen lugar, cosas imposibles, con una realidad tan absoluta que sin el "mundo real" cobraría incluso sentido. Y ese mundo es creado por nuestra mente, por nuestro cerebro, formado a su vez por millones de pequeñas galaxias. Y a esos sueños me remito a la hora de buscar esperanza.

Dentro de nosotros tenemos universos, no creo yo que sea demasiado atrevido el recrearlos. Si nos tiramos hacía una imagen clásica como la de "Ver toda tu vida pasar ante tus ojos" en un único segundo. Un solo segundo. El último. Ese último grano de arena, tiene el valor de una vida. Y quisiera gastarlo en una vida de fantasía. No digo en una vida con dragones y unicornios, que también, porque no. Digo una vida donde se perdonen nuestros propios pecados, donde nos sonríen, donde abrazamos y aquella persona, a aquellas, y sentimos en la piel de ese sueño ese tan real calor, esa tan real ternura. Una sensaciones que durarán toda una vida antes de que por fin me muera, para toda la eternidad.

Yo, como todos, voy a tener un último segundo para gastar, en la realidad que más me sea propicia. Quizá parte de mi tiempo de ahora, sería bueno dedicarlo al que en esa vida se me va a volver a conceder.

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