Lluvia de cerezos.


Ella decía que los latidos de su corazón llevaban mi nombre. Ella decía que nuestras existencias tenían la finalidad de crear algo que aunque fugaz, sería perfecto.

Ella me decía palabras bonitas. Y a mi me gustaban. Palabra bonitas en boca de una chica bonita.

Ella prometía sueños y momentos que el destino nos había concedido solamente a nosotros. Ella prometía un instante que sería más intenso que toda una vida.

Ella decía que toda vida debería tener un motivo o una causa, que sin él, la existencia era algo fugaz y estúpido. Ella decía que yo era su motivo.

Así que en aquel lugar, yo escuchaba sus palabras, escuchaban como caían de su boca igual que la lluvia a mi alrededor, era todo como una novela, eran cosas bonitas, eran el más perfecto libro de fantasía. Pero eran eso, fantasía. Eran palabras que estaban orientadas al mundo, no a mi. Eran palabras que habían perdido el significado por haber sido dichas a tanta gente, eran palabras tan bonitas como falsas. Eran palabras que no me identificaban.

Pero yo escuchaba aún así, esperando conocer el final de ese cuento que tenía una dedicatoria demasiado gastada. Pero el cuento se acabó un día.

Así que cuando su última palabra calló, a la vez que el nublado cielo se despejaba, me levanté. Agradecí la poesía, la cháchara y la palabrería y me fui. Ella solo lloraba. Hasta que en una nueva tormenta una nueva persona buscara cobijo entre brazos de un engaño de bonitas y repetidas palabras.

Mucha gente ha caído en ese truco viejo... yo por suerte, simplemente escuchaba una historia.

A día de hoy no sé lo que es sentir un vacío en el corazón que sólo otra persona que te quiera puede llenar.

Pero, a veces, supongo, no queda otra opción que vivir sin esa otra persona.

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