Una vez probado el fruto amargo, una vez te hace cautivo la sensación del néctar al rozar tus labios, es difícil la vida pura y ajena a él, la vida sin pecado y sin necesidad de redención.
Pero que hacer si cada semilla sembrada dará lugar a árbol amargo de fruto amargo, que hacer si la garganta sin ese néctar se te seca, si no hay arrepentimiento hasta la plegaria tardía entre las sábanas extendidas de nuestro verdugo.
Y en el angosto desierto de la vida y las emociones se nos aleja quizá el pecado de las carnes pero a nuestro alma acude.
Y es vida lejana la vivida y es soñada la esperanza.
Encuentras entre la nada el dilema sin solución, el que hace que la tentación germine y de paso a la flor de nuestra corrupción, con un pétalo por cada pecado en la infinidad de estos.
Por esto, tanto me pregunto como tanto me cuestiono, tanta duda y tanta indecisión sumen en estado penoso y lastimero al corazón, con el fin siempre lejano de toda duda de que al termina abrazaremos a la perdición.
Pero palabras como estas son como trucos de prestidigitador, que mantienen el pensamiento apartado del camino, engañándonos con falsos desvíos.
Porque no hay desvíos en el camino del vivir, cada paso es un paso más cerca del final, pero es a la vez un abismo respecto al paso anterior, cada decisión, cada nuevo pétalo que sumamos a nuestra gama de expiación, es la decisión correcta, el camino correcto.
Porque no existe camino por delante de nosotros, no existen pasos posibles, sólo huellas atrás, huellas que una vez hechas, no se irán...
...jamás.
El hombre de alabastro.
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Sentía el calor en la piel mojada, como los dedos de ella resbalaban por su piel, esa dirección clara que estaba tomando ese encuentro, le agradaba.
Había habido un beso hacía poco tiempo, aún sentía el sabor de ella en su boca, un tono dulzón difícil de definir, porque no se parecía a nada de este mundo. Pero tampoco iba a intentar explicárselo a nadie.
Cerró los ojos, dejó que su aroma se mezclara con el aire, que llegara hasta él, un aroma suave, a melocotón. No sabía como era posible, pero siempre tenía ese olor, como si ella misma fuera la que lo desprendiera y no una fragancia barata que podría usar cualquiera. Pero eso lo sabía él, que ella no era cualquiera.
Sintió sobre sus labios los de ella, él los entreabrió, invitó a pasar a su lengua, a esa sensación nueva pero ya vivida, y a cada momento más deseada. Si él pudiera desear algo.
Llego otro roce, paseaba por sus hombros las yemas de sus dedos, con un ardiente deseo que casi había derretido la habitación de hielo en la que se encontraban. Y como una chispa prende ante la yesca y el pedernal, él se encendió.
Y todo fue distinto a todo, ella había gastado todo su fuego para derretir ese hielo que ella creía que era el corazón de él, ese último resquicio desconocido para ella. Pobre inocente, que confunde las estrellas con su reflejo en el lago una noche de verano.
Pero eso no le importaba, porque no tenía porque hacerlo. Porque aquel era momento para el goce.
Escuchaba gemidos a su lado, la contracción de los músculos de ambos. Podría notar el olor a melocotón mezclado con el del sudor, la fragancia de la pasión, el sabor de su cuerpo y esa electrizante sensación que sentía cada vez que recorría con sus manos los trazos mal dibujados por la noche de el cuerpo de ella. Y hubo más sensaciones, toda una sinfonía de ellas, porque ellos sabían tocar todos los acordes del placer.
Pero el placer no dura para siempre.
Y ella intentó llegar más allá. Intentó derretir el corazón de él, esa capa externa de hielo que ella siempre había sabido que él tenía. Esa única capa que hacía que él no la amara.
Pero esa capa no existía, porque él no tenía ninguna capa, porque él no tenía ninguna coraza de hielo sobre su corazón, porque no la necesitaba.
Porque su propio corazón era de alabastro, algo que no podría ser fundido, un material que acepta el calor con facilidad, pero que lo roba, simplemente lo hace desaparecer, corresponde con calor al frío, tan ardiente es la energía que recibe a veces que entre su lisa superficie puede notarse un ligero ardor, que duraba poco tiempo.Alabastro. El material del que está hecho él, por eso no se derretirá, pese a todo el calor que le habían dado.
Pase lo que pase, devolverá calor al calor, frío al frío. Pero nada cambiará.
Porque él no necesita un cambio.
Y la habitación es hielo de nuevo, formada por figuras de forma humana, por gente que no es cualquiera, también por ella.
Se acaricia la piel, le ha parecido sentir un último suspiro de calor, de pasión, pero todo ha pasado.
Ahora sólo puede esperar, a que alguien abra esa habitación de nuevo, condenado a cometer de nuevo el error y pecado de intentar cambiar lo que no necesita cambio.
Y él aceptará ese calor, lo robará, para sentir por unos momentos algo más que el viento gélido de sus entrañas.
Y él esperará todo el tiempo que viva. Esperando a que alguien se de cuenta de que al alabastro no se le marca con fuego, sino con cincel y hierro.
Realidad por ficción.
Dedicar tu vida a encontrar el propósito de esta es una tontería, eso es evidente. Pero vivir la vida sin más, sin fijación ni orden ninguno, dejándose llevar por la sensación del momento llevará a la nada y al absurdo.
La vida es única, sólo disponemos de una posibilidad para cada opción de nuestra vida, y la gran opción es que hacer con nuestra vida, como dirigirla y con que intención vivir esta.
Pero eso es una pregunta imposible, porque toda elección es vana, porque en eso, todo es inútil. Porque no somos capaces de vivir todo lo que queremos, porque queremos castillos en el aire. Porque aún teniendo estos castillos, miraríamos al cielo, a las infinitas estrellas y no sabríamos cual de ellas es la nuestra.
Y no hay solución para esto...
Algunos si que tienen esa clave, porque alguien se la da, alguien, una deidad, un ser superior, como quiera ser llamado. Pero ese ser superior no habla nuestro idioma, ese ser superior no nos dice nada. Porque no puede, porque no existe. Y muchos echarán toda su vida buscándole, para que él les diga su propósito y su intención, pero es como buscar atrapar la niebla entre tus manos.
Pero ese ser...podría darnos la respuesta a todo anhelo...pero no existe...
¿Qué hacer?
Por muy absurda que parezca la idea, se debe crear a Dios, para que este sepa que hay que hacer.
El nuevo enfoque es.
¿Cómo crear algo tan imposible?
La razón, es mi respuesta. Algún día, espero encuentres la tuya.
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